[Texto en el catálogo de la exposición Enrique Larroy. Simétrico de Ó. Galería Lausín&Blasco. Zaragoza,1999]

Descentrar la mirada

Chus Tudelilla


Enrique LarroyLa defensa del valor de la exactitud es una de las seis propuestas de Italo Calvino para el próximo milenio. Temeroso de la inconsistencia del mundo, y por tanto de las imágenes que lo expresan, el autor evidenció las dudas que se encuentran latentes en el desarrollo de su propio discurso: “a veces trato de concentrarme en cuento que quisiera escribir y veo que lo que me interesa es otra cosa, es decir, no algo preciso sino todo lo que queda excluido de lo que debería escribir: la relación entre ese argumento determinado y todas sus variantes y alternativas posibles, todos los acontecimientos que el tiempo y el espacio pueden contener. Es una obsesión devoradora, destructora, que basta para paralizarme. Para combatirla trato de limitar el campo de lo que voy a decir, y de dividirlo en campos aún más limitados, para seguir subdividiéndolos, y así sucesivamente. Y entonces siento otro vértigo, el vértigo del detalle, y lo infinitesimal, lo infinitamente pequeño me absorbe, así como antes me dispersaba en lo infinitamente vasto”.

Con la expresión de esta incertidumbre, Calvino parece anunciar la imposibilidad de una narración coherente y precisa, de límites establecidos, así como la decadencia de la idea de orden, en permanente conflicto ya con el concepto de desorden. Este conflicto, consustancial a la naturaleza de lo contemporáneo, exige una nueva mirada capaz de asumir la inoportunidad de establecer códigos únicos, de convertir la obra en centro ideal de representación, de dar respuestas definitivas; una nueva mirada capaz de superar aquel conflicto dándole entrada en el discurso. Si, como señala Emilio Lledó, el pensamiento abstracto se gestó cuando el hombre fue consciente de su situación en el mundo -como reflejo y como posibilidad-, no es extraño que la abstracción ocupe el interés del debate estético actual, acaso por tratarse de uno de los medios más eficaces para expresar la inconsistencia de nuestra época, que como pensaba Calvino sólo podía ser superada por la fuerza del arte. Esta preocupación asoma en la obra de los artistas plásticos actuales, plenamente conscientes del lugar que el arte ocupa en el desarrollo de nuestra cultura, no como elemento transformador sino como vehículo transmisor de las tensiones que la definen.

Amparada en su total autonomía, y disueltos los lazos que la ataban al rigor de preceptos y compromisos de otros momentos históricos, la abstracción revela sus extraordinarias posibilidades para crear un nuevo sistema de relaciones que acoja el complejo entramado de tensiones y contradicciones de la cultura contemporánea. El interés del artista no reside en hacer de su obra el referente ideal de la realidad sino en restablecer las dimensiones espacio-temporales: un espacio abierto a la representación de acontecimientos simultáneos y dispersos en un tiempo dinámico y activo. La operación supone la ruptura del orden clásico de representación y con ello la pérdida del centro, que cede poder ante la urgencia del artista por dejar constancia de su interpretación individual, fragmentada y contradictoria de un mundo en continua transformación.

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