[Texto en el catálogo de la exposición Enrique Larroy. Simétrico de Ó. Galería Lausín&Blasco. Zaragoza,1999]
Fervor de la pintura
Juan Manuel Bonet
Fervoroso practicante de la pintura el uno, y fervoroso defensor de la misma el otro, Enrique Larroy y yo, que tenemos casi la misma edad, nos conocimos en 1973, en una época en que ninguno de los dos habíamos cumplido los veinte años, en que la teoría y la práctica, como se decía entonces, subrayaban la dimensión tautológica de ese arte, recurriendo a aquello tan redundante de la "pintura-pintura". La política, "gauchiste", por supuesto, lo impregnaba todo en aquella España, incluso la abstracción, y más en la Zaragoza telqueliana de Broto y compañía. Nuestro encuentro no tuvo lugar allá, que uno todavía no frecuentaba la capital aragonesa como lo haría con cierta asiduidad durante la década siguiente, sino en otra ciudad norteña, León, donde por aquel entonces un gran poeta bastante mayor que nosotros, y del que apenas se hablaba todavía, Antonio Gamoneda, convocaba, en una sala significativamente llamada "Provincia", una Bienal de arte, y las discusiones adjuntas a la misma y que dado el contexto español al que acabo de hacer referencia, no podían no ser tumultuosas, aunque terminaran en torno a una liebre con patatas. Poco tiempo después en 1975, Daniel, galería madrileña próxima a la Plaza de la Cibeles, y hoy desaparecida, donde se había visto la pintura de Luis Gordillo, Jordi Teixidor, Gerardo Delgado, Carlos Alcolea, Guillermo Pérez Villalta o Carlos Franco, entre otros, presentaba el primer conjunto de obras de Larroy que tuve ocasión de contemplar, conjunto sobre el que publiqué una breve nota en el boletín Solución. Llamaba la atención, en aquellos lienzos, o en el que el mismo año fue incluido en la importante colectiva Buades Diez abstractos, el modo que tenía su autor de combinar el espíritu de sistema, y no ya la ironía, sino el humor más corrosivo; en efecto, en aquellas superficies coexistían una cierta poética muy de aquel momento, poética austera, "pintura-pintura", e inesperadas referencias al mundo, tan sevillanamente folklórico, de los Lunares, que daban título a aquella muestra, como lo habían dado también a la celebrada el año anterior en la Galería La Gavia de Gerona.