[Texto en el catálogo de la exposición Enrique Larroy. Casa de Velázquez. Madrid,1994]

Pasiones y viajes

Vicente Villarrocha


Enrique LarroySi convenimos que las pasiones siempre están como atrapadas por el instante en el que surgen, si acordamos que si algo las caracteriza es su temporalidad, estaremos en condición favorable para poder calificar a Enrique Larroy de “desapasionado”, pues es notable su empeño por enfrentar la capacidad de movimiento (de viaje) que existe entre la pasión por la memoria (que atrapa) y la pasión por el olvido (que libera). Me explico: el ensimismamiento, o ejercicio de visión, en definitiva esa mezcla de sensualidad intelectualizada, suma de memorias y olvidos que, desde la práctica de la pintura como parte significante y siempre fronteriza entre la conciencia y el sentido del deber, elabora ahora mismo Enrique Larroy, es algo más que una puntual temperatura creativa o temporal seducción.

El hecho de pintar traduce siempre, aunque para nada lo necesite, afirmaciones y negaciones en más de un sentido y, claro, genera signos plásticos arbitrarios, incluso admitiendo cierta diversificación o pragmatismo creativo; y cuando se insinúa -como en este caso- prescindir de la pasión, la contemplación cómplice de la pintura, de algún modo, nos obliga a una especie de viaje, ciertamente no menos temporal, pero mucho más atractivo que la simple e inmediata emoción, y hasta el refinamiento dialéctico, que fuerza la comunicación visual, pues se trata de la invitación a un viaje interiorizado y querido, pensado, en el que el ensayo y la repetición aparecen cargados de sustancia épica.

Enrique Larroy, consciente de la falacia de separar mundos (el interior y el exterior), fundamenta, ahora mismo, su ejercicio estético, su narración pictórica (o su viaje hacia el planeta Arte, que todo puede ser) explicitando componentes de lo que llamaríamos, sólo para entendemos, su mundo interior. Selecciona y traza signos plástico (alejados ya de connotaciones “clásicas”) que resultan, más que discurso virtual, dando por descontado la arbitrariedad del símbolo, teoría de la representación (teoría del lenguaje, claro) abocada a pasar de un plano de expresión práctica -gestual, por ejemplo- a un contenido expresivo general, más icónico y decididamente más “moderno”, pensado y materializado para poner en tela de juicio, como primera referencia, un dato convencionalizado: el hecho mismo de pintar; claro que aceptando, como tantas veces exige Eco, la necesaria regla cultural.

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