[Texto en el catálogo de la exposición Enrique Larroy. Casa de Velázquez. Madrid,1994]
La casa de formica
Vicente Llorca
“un discurso que ya no es verdadero ni falso”
J. Baudrillard, Cultura y simulacro.
Un tipo de simulación especial: es aquél que reúne en la misma representación aquello que se simula y la certeza de estar fingiendo. Espacio consciente de lo artificial, el simulador no pretende resolver ningún problema de credibilidad: si es un artista, no recurrirá al viejo principio de ilusionismo de la pintura. Si es un artesano, su tarea se mantendrá en la consciente presentación de un material “falso”. Si es un retórico, su discurso se hará públicamente distante en relación a sí mismo. Y el escepticismo con respecto a lo que se dice será parte del propio enunciado. Este, espacio moderno por excelencia, es un espacio de la falsa ilusión. Que deja de ser falso en cuanto que nunca habrá pretendido ser una otra cosa. Un territorio intermedio, en donde el sucedáneo apunta, escépticamente, hacia un supuesto original. Sin dejar de manifestarse nunca como sucedáneo.
Un material especialmente relevante -y “moderno”- en este sentido : la formica. Material artificial y repelente por excelencia, su presentación recuerda ciertas calidades de la madera: la veta, un vago color. Pero apuntada sólo como recuerdo, como referencia distante y, conscientemente, inalcanzable. La estética de la formica, que tanto éxito había alcanzado en una época en arquitectura, se presenta ahora, por parte de ciertos artistas -de los que quizá el más conocido sea Artschwager, pero también en otros como Meyer Vaisman- como reflexión sobre este estado de la simulación. En el que es una cierta satisfacción, un hedonismo de lo “artificial” el que, después de todo, se está celebrando.
La celebración de la impostura. Refiriéndose al pop art, Baudrillard alude a una “insana ambición”: «That of abolishing the annals (and the foundations) of a whole culture, that of transcendence» (1). En una cultura, la nuestra, signada tradicionalmente por los conceptos del original y la copia, de lo auténtico y su falsificación, esta actitud hedonista, este territorio intermedio y ambiguo, en el cual la formica manifiesta su evidente falsedad -y se complace en ella- representa, pese a que nos hayamos habituado a ello, el territorio de lo impensable, precisamente. No hay juicio en ella; no hay referencia. Sino el estado de la suspensión. La puesta en suspenso de toda trascendencia. De toda referencia.